Prólogo
Salomé
El hechizo llamado Lágrima de
princesa me transportó otra vez para el castillo.
Yo no conocía a aquellas
personas que residían en el palacio. Mi memoria no me permitía eso.
Pero ellos recordaban que
yo era la princesa de la tierra del Sol.
Después de regresar al
castillo de mi padre, hubo un atentado de muerte contra mí y toda la guardia
del castillo tuvo que ser removida.
En la entrega de armas a
los soldados, tuve una gran sorpresa.
El destino quiso traer a mi
vida el antídoto que necesitaba para
mi curación.
Capítulo 1
Salomé
Un resplandor iluminó el
salón de baile en un castillo. Estaba completamente vacío y parcialmente a
oscuras. Había algunas lámparas que colgaban en las paredes y débilmente iluminaban
la gran sala.
Murmuré con miedo, yo no estaba en una posición cómoda
sobre el suelo, de rodillas, con las manos sosteniendo mis propias extremidades
superiores.
Levanté la cabeza y miré a
mi alrededor al techo de la sala y también a algunos pasajes oscuros que
estaban un poco distantes de mí.
Me di cuenta de que este
lugar no era extraño. Perecía que yo había estado allí hace algún tiempo, en un
período de mi vida, que yo no recordaba perfectamente.
En ese momento pensé en la
palabra paciencia.
Debo tener paciencia con mi
propia memoria. Como todas las madres tenían paciencia con sus hijos en la
etapa en la que estaban aprendiendo a gatear, a caminar y hablar.
Antes de que pudiera
levantarme y ocultarme, oí ruidos procedentes de pasos en el pasillo. Eran tan
ligeros y fuertes, había media docena de ellos al mismo ritmo, en la misma
dirección.
-¿Quién está ahí?
Una voz preguntó altiva y
con bastante autoridad. Miré a uno de los pasajes oscuros y vi a un hombre de
pie en el medio de ella, él estaba con ropa oscura y sus botas eran de caña
alta.
Por su pregunta, me quedé
en silencio. Bajé la cabeza, tratando de no ser vista por él.
Pero mi capa amarilla se
destacaba en la penumbra. El hombre levantó su cuello y miró sobre su nariz,
tratando de distinguir esa cosa amarilla ante sus ojos.
-¡Responda o los guardias
la obligarán a hacerlo!
Inmediatamente el hombre
hizo tres pasos adelante, escoltados por su media docena de soldados armados
con sus espadas de acero.
Mi corazón se aceleró. Yo
estaba en un territorio desconocido, delante de hombres armados y amenazantes.
Yo no podía correr o huir.
Todo estaba perdido para
mí.
No me dejó otra opción que
presentarme como una persona amistosa civilizada y cordial.
Lentamente me levanté y me
puse de pie, mirando en su dirección. El hombre con ropa oscura, no parecía
satisfecho con mi actuación. Inmediatamente me ordenó.
-¡Quítese la capucha de la
cabeza!
No podía ver mi rostro con
claridad porque la capa amarilla escondía mi cara. Mi mano derecha por mi
cuello y puse la capucha amarilla en la espalda. Mi cara se dio a conocer y mi
calva también.
Los ojos del hombre de ropa
negra se delataron. El juraba que estaba
delante de algo inquietante. Un alma pobre que necesitaba oración.
-¡Su Alteza!
Él exclamó y se inclinó
sobre una rodilla, haciendo un arco en mi dirección. Miré de reojo asustada. Yo
no podía creo que él estaba haciéndome una reverencia.
-¡Su Alteza!
Murmuró levantándose de
nuevo. Se dio cuenta de que yo estaba confundida, mirando para él y sus
guardias con ropa de acero, encerrados en ellas. Sus rápidos pasos lo llevaron
a mí.
El hombre se detuvo frente
a mí y su mano derecha tocó mi hombro izquierdo.
-¡Su Alteza! ¡eres tú
misma!
Sus ojos brillaban de
alegría en ese momento sentí que podía confiar en él.
-¿Por qué me llamas Alteza?
Pregunté seriamente
mirándolo. El hombre sonrió, pareciendo no tomar en serio mi pregunta ingenua.
- ¡Princesa Salomé, este no
es momento para bromas!
Trató de llevarme con él,
pero me mantuve de pie en el mismo lugar. Mis pies no me permitían acompañarlo.
-¿Princesa? ¿Salomé?
Pregunté de nuevo. Una nube
de incertidumbre se cernía sobre mi cabeza.
El hombre me miró
seriamente, se dio cuenta que no estaba bromeando. Yo sospechaba de él y no
sabía mi nombre real.
-Salomé. ¿Qué pasó con su
hermoso cabello?
Preguntó mirando mi calva.
-Al Rey no le gustaría
verla tan rebelde.
Él imaginó que yo había
afeitado la cabeza por gusto. Pero me quedé en silencio.
Mi pelo no era el tema más
importante en ese momento. Quería entender por qué me llamó Alteza, Princesa y
Salomé.
¿Ese sería mi nombre real?
-Princesa Salomé. ¿No se
acuerda de mí? Yo soy el emisario de la familia real. Yo era el brazo derecho
de su padre durante muchos años.
- ¿Y por qué no lo sigues
siendo?
Dije seriamente.
Frunció el ceño, parecía
preocupado por mí. Con mis preguntas sin sentido para él. El emisario pensó que
debía saber todo sobre mi vida en ese castillo.
-El Rey Saúl ha muerto....
El enviado dijo con
cautela, él no quería que yo entrara en
shock nuevamente.
-¿No recuerde eso, Alteza?
Murió el día de su décimo octavo cumpleaños.
-¿Mi Padre está... muerto?
Miré para los lados,
parecía que iba a recordar su muerte, pero mi mente estaba bloqueada, no podía
pensar en nada, ni siquiera en su cara.
Sí, y desapareciste después
de su muerte. Buscamos por todo el castillo y no te encontramos.
-No recuerdo nada. - Mi voz
parecía deprimida. - Ni siquiera el rostro de mi padre, no me acuerdo de este
lugar, no recuerdo que soy una princesa, no recuerdo que me llamo Salomé.
El emisario me miró con
lástima, sabía que mi situación era grave.
-Su Alteza, es probable que
haya perdido la memoria. Sólo el tiempo lo arreglará.
-¿Hasta cuándo voy a tener
que vivir de esta manera? ¿Sin poder recordar los mejores momentos de mi vida?
¿Al lado de mi familia?
Miré con impotencia al
suelo. Faltaba un poco de esperanza en mi vida. A veces pensaba que alguna vez
me gustaría recordar todo.
Capítulo 2
Dorotea
- ¿Qué está pasando con
esos malditos guardias que golpean la campana del castillo en la noche? ¡No se
dan cuenta de que es momento de descansar! ¡No quiero envejecer temprano por la
pérdida de sueño!
Me quejé levantándome de la
cama, me puse las zapatillas y me puse una capa color vino manto sobre mi largo
suéter de tejido liso. Mi pelo rojo estaba suelto y se agitaban detrás de mis
hombros.
Abrí la puerta de mi habitación y caminé por
el largo pasillo, había algunos guardias de pie en las esquinas de las paredes,
que eran escoltas de los aposentos reales.
Escariodez dejó su habitación,
poniendo su manto negro sobre el pijama. Se sentía un poco somnoliento.
-¿Por qué están tocando la
campana del castillo?
Preguntó, caminando
rápidamente a mi lado.
-Algo muy grave está
sucediendo.
Rebatí mirando altivamente
hacia adelante.
Una imaginación invadió su
mente con una multitud de soldados enemigos, montados en sus caballos y
atacando el castillo.
-¿Estaremos siendo atacados
por algunas tropas enemigas?
Miré seriamente a él. Su
pregunta era tan estúpida como sus pasos acelerados a mi lado.
-Escariodez, Nuestro reino
no está en guerra. Nadie nos atacaría sin una razón lógica.
Finalmente llegamos a la
sala de presentaciones.
Algunos guardias estaban
alrededor de Gerrah con su bastón. Nos miró y sus ojos brillaron con gran
alegría.
-Señora Dorothea, ¡nuestra
Alteza está de vuelta!
-¿Su Alteza?
Mis ojos se abrieron. En
ese momento, los guardias abrieron paso y vi a una chica, protegida por una
enorme capa amarilla. Ella era el rostro, llevando trajes plebeyos.
-¡Salomé!
Exclamé asustada. Miré a Escariodez,
de pie junto a mí. Nuestro intercambio de miradas no era agradable. Había
preocupaciones y decepción en los ojos.
Sin embargo, lo veía todo
oscuro, los brazos de Escariodez me sostuvieron rápidamente, antes de irme al
suelo.
Gerrah y Salomé miraron
sorprendidos hacia mí.
-Ella se desmayó de la
emoción.
El emisario dijo a su
Alteza. Salomé se quedó callada, mirándome en los brazos de Escariodez.
Probablemente no recordaba
a su amada tía Dorotea.
Salomé
-¡Ven hasta aquí, querida!
- Dorotea me sonrió, abriendo sus brazos de punta a punta. - ¡Quiero un abrazo!
Miré las paredes de su
habitación, ella acababa de despertar de su desmayo. Escariodez estaba de pie
junto a su cama y el emisario Gerrah estaba a mi lado.
-¡Ven Salomé!
Gerrah me tocó el hombro. -
¡Vaya Alteza! ¡Ella es su tía Dorotea!
-¿Qué pasó con ella?
Escariodez preguntó
bastante impresionado.
-Vuestra Alteza perdió la
memoria. No recuerda nada.
Luego Gerrah explicó,
Dorotea sonrió entre dientes apretados y abrió más sus brazos, rogando por mí.
-¡Ven a mi ángel! ¡Yo
estaba muriendo de nostalgia!
Caminé lentamente hacia
ella y me detuve al lado de su enorme cama. Dorotea tiró de mi mano y me sentó
en su suave cama, bien a su lado. Sus brazos cruzaron mi espalda. Me abrazó con
falsedad. Pero nadie se dio cuenta. Me quedé de pie con los brazos pegados a mi
estómago. No sé por qué, pero yo no tenía ganas de abrazarla en ese momento. No
porque no me acordaba de ella, pero por su mala energía. Sentí que había algo
de bloqueo afectivo entre ella y yo.
-Sé ¡Bienvenida, Alteza!
Dorotea dijo cerca de mi
oído. Sentí un escalofrío extraño. Vi la imagen de una tiara de diamantes
cayendo al suelo. Fue una escena horrible.
-Estoy un poco mareada....
Murmuré mirando a los
lados, evitando mirarla.
-Su Alteza debe descansar.
El enviado agregó.
-Sí, estoy de acuerdo. -
Dorotea quitó los brazos de mi cuerpo y miró mis ropas plebeyas. - ¿Dónde has
estado todo este tiempo para conseguir esa ropa horrible?
Sus dedos tocaron mi piel
con asco y repugnancia.
-¡Mira esa capa amarilla!
¡Qué cosa de mal gusto!
Yo miré seriamente mi
abrigo amarillo, y mi vestido envejecido. Simplemente yo sentía que la tía
Dorotea comenzaba a destilar su veneno mientras yo estaba fuera del castillo.
-Gerrah lleva a Salomé para
un buen baño y ¡tiren su ropa a la basura! ¡Sobre todo esto capa amarilla!
-¡Mi capa amarilla no!
Me aferré a mi capa y me
levanté de la cama. Yo estaba asustada por las órdenes de mi tía. Ella quería
deshacerse de mis humildes ropas. Que tenían un enorme valor sentimental para
mí.
Corrí a la puerta de su
dormitorio y salí más rápido. Corrí por el pasillo y me detuve delante de la
terraza del castillo. Mi mano tocó la piedra del pilar alto, miré hacia afuera
y vi el cielo de la noche, la luna iluminaba el cielo.
Mis ojos estaban pegados a
una dirección mientras que mi mente recordaba un momento especial en mi vida.
Que involucró a mi capa amarilla.
El momento en que Françoah
puso la capa amarilla sobre mi espalda y acomodó la capucha sobre la cabeza.
Sus ojos verdes me miraron durante un tiempo. Se veían tan serios y tan
enigmáticos.
¿Dónde estaba él ahora?
Una fuerte presión envolvió
mi pecho. Me sentía insegura dentro de ese enorme castillo lleno de guardias y
personas que afirmaban ser mi familia.
Fue divertido. Me sentía
más segura en el humilde hogar de Françoah, en sus brazos, junto a sus dos
hermanas, Francisca y Fabiola, que en esta fortaleza del rey Saúl.
-¡Su Alteza!
La voz del emisario hizo
eco detrás de mí. Giré mi cuerpo y lo miré. Encarándolo con seriedad.
-Salomé confía en mí.
Alargó la mano hacia mí y
me seguía diciendo.
-Yo te vi crecer. Tu padre
siempre tenía plena confianza en mí.
Una vez más su voz parecía
amable. Me gustó. Aunque yo no recuerdo de su actuación en el castillo, junto
al rey.
Toqué su mano y él
gentilmente me guio a través del corredor del castillo.
Dorotea
-¡Qué odio! ¡Qué odio!
Yo decía nerviosa, la carne
de mi rostro temblaba de odio extremo. El regreso de mi sobrina había retrasado
mis planes.
-¡Yo sería coronada reina
en unos meses! ¡Sólo bastaba que mi maldita sobrina no hubiera regresado a este
castillo!
Escariodez intentó
abrazarme mientras yo estaba en camisón, girando de un lado a otro en mi
habitación.
-Cálmate, mi diosa.
-¿Tú me pides que me calme?
Aparté sus manos de mi
cuello. Yo estaba furiosa.
Sin embargo, me detuve y miré a Escariodez y
tuve un gran deseo de hacer algo que pudiese calmar mis nervios.
-¡Me llevas hasta aquella
hechicera de medio pelo! Necesito saber que está sucediendo.
Nos pusimos ropas apropiadas
para dejar el castillo y seguimos viaje en un carruaje de lujo. Escariodez y yo
dejamos el palacio en la mañana y queríamos regresar antes del atardecer.
- Tu hechizo falló.
Dije delante de la
hechicera en su humilde vivienda. Había
ratas muertas colgando del techo, hierbas esparcidas alrededor de la
casa con olor a humo que venía de las lámparas encendidas.
La bruja era una mujer
vieja, con sus cabellos rojos, sus ojos eran de color blanquecino. Su piel
estaba arrugada. Llevaba un vestido oscuro y una capa negra.
-Mis hechizos nunca fallan.
Ella dijo poniendo un
líquido azul en una pequeña olla de barro.
-Entonces, ¿Por qué mi
sobrina está de vuelta en el castillo?
La bruja me miró con sus
ojos fríos y malos. Escariodez estaba de pie junto a mí, escuchando toda la
conversación.
-El Hechizo de “La Lágrima de Princesa” nunca falla.
Me quedé en silencio,
mirándola, me sentí como volando hacia el cuello viejo y sucio.
-Si ella regresó al
castillo es porque alguien la hizo llorar. El hechizo “Lágrima de Princesa” no permite que una princesa llores más en su
vida. A menos que algo pueda penetrar en su alma y la haga llorar de verdad.
-¿Qué o quién la hizo
llorar?
Le pregunté girando mi
cuerpo.
-Ahora nosotros tenemos una
razón o alguien para hacerla llorar de nuevo en el castillo. Ella perdió su
memoria y no recuerda nada.
-La pérdida de la memoria
es parte del hechizo. Así que no hay causas emocionales que la hagan llorar. -
La bruja me miró de nuevo. - Si llora de nuevo, probablemente, será transportada
a otro lugar, fuera del castillo.
-Pero ¿cómo voy a hacerla
llorar de nuevo? No hay razones obvias para esto.
La vieja se encogió de
hombros. - Eso no lo sé. El hechizo se lanzó sobre ella, pero tiene que llorar
otra vez para sacarla nuevamente del camino.